sábado, 30 de agosto de 2008

Sexo posolímpico

Existen tópicos sobre el sexo olímpico: 10.000 vigorosos jóvenes de todos los colores y sabores conviviendo durante semanas, la implacable disciplina que se distiende una vez que se termina su participación, la tensión, la adrenalina, los bañadores Speedo, las garrochas. Y desde luego el dulce y lisérgico sabor de la victoria. Ya lo dice el ex competidor de pimpón, hoy cronista deportivo de The Times y libidinoso conocido, Matthew Syed: "Una medalla de oro no es sólo el camino a la fama y fortuna sino un boleto seguro a la cama". Los más deseados, los nadadores americanos; las más deseadas, las brasileñas del voley playa.
¿Llegará el sexo a convertirse en deporte olímpico algún día? Más allá de algunas jocosas "propuestas" publicitarias que circulan en la Red -y de las que me permito recomendar la prueba oficial de sexo oral (gana la pareja china, otra vez)-, como se sabe la organización de los recientes juegos ha tenido el gesto de regalar a los atletas más de 100.000 condones. Me pregunto si el COI estará planeando hacer oficial una de las disciplinas más practicadas en la historia de los juegos. En serio, alguien debería premiar la flexibilidad, resistencia y entrega que requiere cada gesta amatoria. Debo confesar que a mí, sin embargo, lo que más me entusiasmaría de semejante logro sería la posibilidad de ver los clásicos resúmenes televisivos. ¿Se imaginan los rostros de los atletas en cámara lentísima durante los momentos de mayor esfuerzo, las gotitas de sudor (o lo que sea) flotando en el aire, las celebraciones, las culminaciones ovacionadas por un público entregado y agitando banderitas, todo envuelto en música tipo Carros de fuego o El descubrimiento de América? Sólo una cosa: antes de dar el salto sería justo preguntarse también si cabe en la cama el encomiable y aséptico espíritu olímpico cuando los únicos anillos que nos unen son los vibradores.
Tras las maratonianas retransmisiones y acabados los fastos, el y la televidente se ven enfrentados nuevamente a la ardorosa labor de mantener viva la llama del deseo mientras se repasan las lecciones aprendidas y se preguntan si es mejor un carrerón de fondo o una buena corrida en 100 metros planos, pulverización de récord incluida; si el buen sexo es siempre una competencia de relevos o más bien una disciplina individual como el tiro de precisión; o si la resistencia tiene poco que decir ante un perfecto ejercicio de nado sincronizado, aunque con el marcador siempre a tu favor. En fin, es tiempo de reflexión. Pasada la resaca de los juegos, usados los condones chinos y envainadas las jabalinas, los competidores han vuelto a casa. Ese lugar donde uno se juega el oro en cada polvo.
Gabriela Wiener es autora del libro Sexografías (Melusina, 2008).

Sexo, sudor y lágrimas

El País.
Una de las parafilias más inquietantes que he descubierto este verano es la llamada sudorofilia, esto es, la debilidad por el sudor. Las gotitas, manantiales y charcos que desprenden nuestros cuerpos y los hacen resbalar unos contra otros son una más de esas bizarras fuentes de placer sexual, como los orines o la ropa sucia.
El universo de los sudorofílicos es muy grande. Desde el rocío del bozo hasta las camisetas mojadas. Y el adicto a la transpiración espera con una sonrisa en los labios la llegada del verano para ver de cerca cómo trabajan nuestras glándulas sudoríparas. Como el protagonista de El perfume con los olores, el sudorofílico roba sudores: se introduce en el metro a hora punta, se apunta a gimnasios y saunas, acude subrepticiamente a megadiscotecas para empaparse de secreciones de preferencia salinas, que caen como lágrimas de la cabeza a los pies de sus "víctimas". Al saludar a alguien va directo al cuello, cuando puede acaricia las espaldas hidratadas y no hay nada más morboso para él que irse con el rostro bañado de transpiración ajena. Lo verás pegado a tus sobacos, masturbándose con tu ropa del gym y rogándote que no te bañes para conservarte guarri para él. Hacer el amor con un sudorofílico es aceptarte como el canal por el que discurren los ríos del goce.
Últimamente he pensado que yo podría ser una sudorofílica más. No es tan raro, el año pasado un grupo de investigadores de la Universidad de Berkeley reveló que lo que más despierta el deseo erótico en una mujer es el sudor, por encima de la mirada o el culo de un hombre. Al parecer, el truco es una feromona llamada androstenediona que suele ser usada en la fabricación de perfumes y que es la causa del sobado "olor a hombre". Pero qué hay del sudor de las mujeres. Mi propio sudor, por ejemplo, tiene un aroma que, aunque no es propiamente afrodisíaco, siempre he encontrado perturbador. El perfume que exuda mi frondosa caballera suelta y humedecida por el calor huele a miga de pan horneado.
Y en medio de estas serosidades, leo ahora que la ex Miss Gran Bretaña -y participante del Gran Hermano inglés-, a la que le quitaron el título por posar desnuda para Playboy, odiaba verse fotografiada con un mapa de humedad bajo cada axila cada vez que saludaba monárquicamente con la mano. Por eso, previo pago de algunos miles de euros, decidió operarse para evitar la sudoración. ¿Y si se impusiera un movimiento antisudoral de orden planetario que nos dejara secos? Para el sudorofílico sería el Apocalipsis. Para mí, que estoy enamorada de un hombre que sufre hiperhidrodis -una afección que hace que le suden espontánea y excesivamente las manos- no hay nada como unos vaporosos y tibios dedos recorriéndome.

Calle 20: En la cama (no sólo) con Gabriela Wiener

La revista cultural del diario 20 minutos ha publicado una reseña de Sexografías, escrita por Elena Medel, una preciosidad de poeta y sujeta que conocí el otro día en Madrid. Quiero volver a verla. Gracias, Elena, pero cuándo intercambiamos bikinis. La de la ilustración asumo peregrinamente que soy yo, aunque si amplías la foto notarás que el ilustrador no me ha visto nunca las tetas.
Copio la reseña:
"Sexo a mansalava, verdades gonzo y encuentros feministas con Nacho Vidal.

Imagina que Ryszard Kapuscinski, en Un día más con vida, nos mostrase la Angola post-colonial desde el trampolín de sus experiencias sexuales, analizando la repercusión política y social de una noche con una lugareña, como si de aquellos polvos descendieran estos lodos.
Imagina que la Doctora Ochoa no se supiera predestinada al puesto de consorte de un arquitecto estrella, sino que bajara al fango y nos acercara —españolitos, ¿cómo vendremos al mundo?— el sexo desde una perspectiva real, con sus misioneros, sus vibradores y sus swingers. La imaginación es el motor de Sexografías; las fantasías, puntualizamos, que Gabriela Wiener realiza y escribe con rigor notarial.

«Lois», asegura la autora en su casi carta de amor a la novia de Superman, «es una reportera dispuesta a dar la vida por una buena historia, incluso si el precio es convertirse en su malograda protagonista (exponiéndose al ridículo más humillante) y otro debe escribirla y llevarse la palma». Es decir: que si Wiener ruega ser stripper y el gorila del local la expulsa del escenario, no se ahorra especificar la parálisis que provocó el fracaso, ni su vergonzante salida a la calle. Tampoco escatima ningún detalle sobre su experiencia como sumisa por un día, mitad placer y mitad expiación. Cuando Lady Monique la azota recuerda, por ejemplo, «todas las veces que practiqué la sumisión con mis parejas de cama».
Donando óvulos para un máster
Sexografías engancha porque alguien late al otro lado de la página; porque los datos biográficos que nos desvelan en la solapa coinciden con los de la narradora, Gabriela, que dona óvulos para conseguir pagar un máster, se encierra en un cuarto de baño parisino porque el dolor físico —necesita sacarse la leche del pecho— y el psicológico —ha dejado a su bebé en Barcelona— pueden con ella. Llámese Nuevo Periodismo, llámese gonzo, nuestro voyeurismo nos impide frenar la lectura: ¿se convertirá en la séptima esposa del gurú polígamo Bandini?, ¿logrará que la ayahuasca le depare un buen viaje?, ¿sucumbirá a los encantos de Nacho Vidal?...

Pero Sexografías es algo más que un libro sobre sexo. Es más: el papel de las relaciones sexuales a una, dos o tres bandas es secundario. «El sexo es un pretexto para profundizar en temas de género, de la condición femenina, de los límites, incluidos los míos propios, al ser experimentos de inmersión». En Trans, quizá el reportaje más emocionante —junto con While you were sleeping, o cómo es posible reflexionar en castellano sobre la maternidad—, se nos muestra a la peruana Vanesa —antes Melvin— prostituyéndose en Le Bois de Boulogne, tras contarnos su periplo hasta Europa y todo cuanto deja en Lima. Porno casero, tuning, cerdos que se aparean.
Gabriela Wiener nos muestra, con un pulso de dominatrix narrativa, aquello que existe pero nuestra moral oculta.
Melusina / 220 páginas / 17 euros

martes, 26 de agosto de 2008

Consejera sexual

Desde que me entrevistaron el domingo pasado del programa "A vivir que son dos días" de la Cadena Ser he recibido algunos correos de gente majísima que me pide consejos a cerca de su vida sexual. Parece ser que doy la impresión de ser alguien que cumple sus fantasías y ayuda a otros a cumplirlas y eso es algo que muchas personas desearían para sí mismos. Yo he insistido en que no soy nadie para ir enseñándole a la gente cómo hacer de su cama un lugar más feliz. Sólo soy una escritora pervertida!

Una entrevista muy PL



(parece que no tuviera problemas de ego pero sí los tengo)

sábado, 23 de agosto de 2008

A propósito de Rusia...



He escrito un post nostálgico en mi Blog de Clubcultura.


Fragmentito:

El Cocodrilo Gena
19/08/2008
En la Lima de los ochenta estudié la primaria en un colegio pro-soviético con nombre de prócer antigamonalista. Se llamaba Atusparia, una especie de Túpac Amaru renacido que luchó por los derechos del campesino y al que le cortaron las simbólicas trenzas como a un Sansón andino. Recuerdo el retrato al óleo de Atusparia, todavía con trenzas y poncho, coronando la oficina de la directora del centro y madre del niño del que estábamos inútilmente enamoradas mis amigas y yo. No sé cómo llegaron a conjugarse las reivindicaciones indígenas y la utopía bolchevique en un solo proyecto educativo pero lo cierto es que nosotros estábamos allí para contribuir a la lucha de clases. Entre las asignaturas obligatorias contaban por supuesto el ruso, el ajedrez y las danzas folclóricas. Me pasé toda la primaria bailando el carnaval de Canas, memorizando partidas de Kasparov y cantando temas revolucionarios pañuelo rojo al cuello y puño en alto. Mi destino más que inminente era algún día seguir estudios en la URSS.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Ayer saqué a mi amigo del armario en un diario de tirada nacional

Mi esposa es la mar, mi amante es mi capitán
Sexografías. El País.

Gabriela Wiener 19/08/2008


Éste es un viaje a través del armario. Otra manera de salir de vacaciones. Hace unos días fui en busca de un amigo peruano que llevaba algunas semanas veraneando en una pequeña ciudad francesa. Aunque nada me aseguraba que B me iba a confesar por fin su tácita homosexualidad, le llevé de regalo Querelle de Brest, de Jean Genet: "Mi esposa es la mar; mi amante es mi capitán". En esa bárbara novela, Genet describe la redención sodomita de un marinero asesino. B y yo hablamos mucho sentados a la orilla de ese mar que para Genet evoca el amor y el deseo entre hombres y terminamos en una discoteca cavernaria bailando con negros inmensos y hablando de sus penes.


Ayer lo encontré en el chat. Está de vuelta en Lima y con una depresión de caballo. No sólo por el síndrome posvacacional, también porque ha vuelto a ser ese "maricón, cholo y feo que busca sexo", en una ciudad en la que ser todas esas cosas juntas es peor que una maldición. Es el viaje de regreso al armario, uno oscuro y lleno de ropa sucia.

Me cuenta su día: va a ver El caballero oscuro y al volver se conecta a Internet para buscar tíos. Uno que dice estar bien dotado va a su casa. Mi amigo le da de comer. En la habitación de al lado está el padre de B durmiendo. B vive todavía con su padre y folla con lo que logre pillar en su habitación, por eso tuvo que poner hace poco un cerrojo en la puerta. A B, que es un treintañero y refinado políglota, le gusta estar con hombres altos, blancos, como la pareja de millonarios con los que ligó en esa ciudad francesa, al lado del mar, y que lo querían para hacer un trío por ser moreno y bajito. Pero donde vive nadie con esas características le sigue el rollo. Nadie es más racista con B que él mismo. Cuando el tío se va intenta dormir, pero como no puede se masturba hasta cuatro veces.


B dice que lo hace por ansiedad. Odia tener sexo con tíos que ni siquiera le parecen simpáticos, mientras sueña con el becario hetero de su oficina. Dice que esta vida lo va a matar y yo también temo que así sea: "No encuentro nada y estoy cada vez más neurótico y con ganas de llorar, como ahora. Voy a comer y a hacer reír a la gente de mi oficina para dar la impresión de que soy un tipo feliz", leo que ha escrito hace 20 minutos mientras yo atendía algún asunto de mi doméstica felicidad.
Aquella tarde recuerdo que estábamos sentados frente a una laguna artificial en medio de un condominio de casas blancas. Todavía puedo ver la imagen del hermoso marinero de la portada del libro de Genet aparecer en el instante en que él arranca el papel de regalo y me mira a los ojos como diciéndome "perra".
Gabriela Wiener es autora del libro Sexografías (Melusina, 2008).


lunes, 18 de agosto de 2008

Hablan las freaks

Soho, la revista colombiana que apuesta por tetas en la portada y periodismo narrativo en el interior, ha llegado a su edición número cien y lo celebra, cómo no, jugueteando: Una relectura en clave erótica y humorística de la historia del arte y una orgía de firmas en formato de lujo que me acaba de traer el cartero. El secreto de Soho es, además de calatear famosas, entrar con ironía, hacer combinaciones imposibles de historias y personajes, pedir a sus colaboradores desnudos, confesiones, arrebatos. Daniel Samper, su director, cómplice y padrino de los nuevos cronistas de indias (lo idolatramos) comparte por primera vez con los lectores las cincuenta convicciones de Soho: "El temperamento editorial de Soho es vivencial: que la firma viva el mundo que narra", dice Daniel y fiel a ese mandamiento ha publicado en este número un apartado titulado "Señales particulares", en el que cinco chicas escribimos sobre algo habitualmente inconfesable, sobre todo para una mujer: un "defecto físico", eso que hace que las malas personas se burlen de ti y las buenas te digan que eso "te hace única". No sé qué es peor.

Josefina Licitra, Premio FNPI del 2005, ha sido capaz de construir un perfecto testimonio sobre su rostro, su "cara distinta", tan delicado como violento y deliciosamente resentido, lo que me convence y me conmueve. Josefina revela las torturas a las que fue sometida la cara con la que nació y da las señas de sus enemigos, los cirujanos, de hecho casi les lanza amenazas de muerte: "¿Exagero?"- dice Jose-. "Prueben vivir con una sola oreja". Guadalupe Nettel habla del lunar que tenía en la córnea del ojo y del paisaje de la infancia visto con un ojo parchado. Lo de Ena Lucía Portella es un testimonio sobre el mal de parkinson que padece desde los 20 años, en tanto Graciela Mochkofsky cuenta cómo descubrió su aritomanía: una obsesión patológica por enumerarlo todo. Mi testi que orginalmente titulé "Yo fui una freak pero me operé" y que aparece en Sexografías ha sido aquí rebautizado jocosamente como "4 pezones", seguro que porque la idea de cuatro pezoncitos es más sugerente que la de una excedencia de mamas o de glándulas, que es (era) la cruel realidad. Tecnicismos aparte, me siento en la obligación de aclarar que nunca he tenido más de dos pezones, pero qué pezones.



Posdata: A día de hoy en mi sitio en Club Cultura todavía siguen apareciendo comentarios de personas que sufren de algún tipo de polimastía (más de dos mamas en el ser humano) y veo que por momentos el blog hace las veces de foro y mi texto de mensaje de autoayuda, sin que jamás me lo haya propuesto, pero tampoco me molesta.

jueves, 14 de agosto de 2008

Vacaciones en el mar

Columna Sexografías
El País
GABRIELA WIENER 14/08/2008
Últimamente soy blanco del bombardeo de e-mails que me animan a participar en cruceros para solteros. Hija de mi generación, cuando pienso en estos periplos en barcos de lujo viene de inmediato a mi mente la obertura de Vacaciones en el mar: los rostros lelos de los integrantes de la tripulación, los pasajeros -por lo general protagonistas de serie B, galanes de medio pelo o estrellas en decadencia- y, claro, el inconfundible "love, exciting and new" que abría el tema central de la serie.

Así que cuando mis ojos se posan nuevamente sobre el ordenador colonizado de fórmulas como "medias naranjas" y "noches de salsa" o "criterios de afinidad", tengo que hacer un enorme esfuerzo para volver al siglo XXI, a las toneladas de spams que te ofrecen "camisetas personalizadas para todos los que reserven su pasaje ya mismo a las islas griegas" y al turismo porno pos-Michel Houellebecq. Entonces me pregunto cómo sería el paraíso "todo atrezao" -según el axioma burtoniano de La Hora Chanante- del verano comandado por el capitán Stubing si el crucero del amor hubiera surcado estos mares de la sexualidad contemporánea. ¿Serviría el barman cócteles afrodisiacos mientras la anfitriona conduce al personal a la sala de intercambio de parejas? ¿Atendería "su médico a bordo" uno que otro infarto inducido por sobredosis de Viagra? ¿Se follaría el capi todo lo que se meneara -nunca mejor dicho- en su barco? ¿Todos contra todos y al abordaje? Ah, el futuro ya no es lo que era, como dicen.

Hoy los prometidos cruceros para solteros lejos de convocar a la canalla del sexo puro y duro se repletan de singles en camisas de polo y/o lencería con encaje, en el mejor de los casos, y en el peor, de politoxicómanos asiduos a la barra libre. Si no me creen, les dejo aquí algunas definiciones necesarias: "El viajero single suele rondar la treintena, se halla en su cénit profesional, tiene una renta per cápita superior a la media y acostumbra a viajar fuera de temporada". Y más: un crucero para gente sola es una construcción contradictoria en la que te hacen descuentos por llevar a "más de tres amigos" y te cobran un pequeño cargo por la habitación "si viajas solo". Y mi dato objetivo favorito: la prometedora web viajayliga.com, cuyo discreto subtítulo reza "... o viaja, diviértete y haz amigos". ¿An open smile in a friendly shore?
La carne es débil y la nostalgia, fuerte, y al final tengo que admitir que mientras mando a la papelera todos esos e-mails repletos de fotos embusteras, no puedo evitar visualizarme en medio de esas cubiertas cubiertas de gente descubierta, ese mar de papel cuché y esas costas doradas por el Photoshop, con mi traje de marinerita y mirando con ojos de amor el bronceado torso de un asexuado seductor de cartón piedra. Y todo atrezao.

Tirarse a la piscina

Columna Sexografías. El País.
Gabriela Wiener 11/08/2008
En la piscina de mi barrio pasan cosas extrañas. De un tiempo a esta parte no dejo de pensar en algún misterio gordo escondido bajo sus aguas celestes, como en la piscina de Cocoon. Es inevitable pensar en un nido de extraterrestres viéndolos ahí, sumergidos hasta el cuello, a la vista sólo sus pequeñas cabezas de siliconas y sus antifaces de Aquaman. Son los bañistas de polideportivo, seres despersonalizados por sus trajes de baño y sus movimientos rítmicos, flotando en su elemento como fideos en una sopa. Por eso mi incredulidad al descubrir que estas criaturas no son asexuados, sino que están aquí aposta para lanzarse miradas de 50 metros planos, para hacer exhibicionismo submarino y perderse en el laberinto de vestuarios y duchas con una pequeña toalla como único escudo.
No hace falta más que hacer una breve tipología del bañista de barrio: a) El entrañable chulopiscinas. b) Las viejitas del aquagym mirando embelesadas al monitor de turno. c) El gay ligón en mini slip. Y d) La tía regia que se mueve como si fuera Ludivine Sagnier en The Swimiing Pool. ¿Qué tienen las piscinas que son tan favorables al ligoteo? ¿Tiene el cloro propiedades afrodisiacas? ¿Por qué se ruedan tantas escenas porno en estos depósitos de agua? ¿Por qué en Gran Hermano siempre hay una alberca y una pareja follando? ¿Por qué existe el Kamasutra de piscina? ¿Es verdad que los tíos meten sus penes en los skimmers?

Analicemos una vez más la respuesta de Woody Allen a la pregunta "¿Es sucio el sexo?". Respuesta: "Sólo cuando se hace bien". Me parece un principio básico, por eso no entiendo cuál es el sentido de hacerlo con tanta agua alrededor. Salvo que estés en un charco fangoso, el agua evoca higiene y es contraria a los factores de olor, sabor y tacto. Que alguien si no intente embuchar algo sin olerlo o probarlo antes. Ni qué decir de la omnipotencia del agua en menoscabo de ese antídoto contra las fricciones lastimeras llamado lubricación natural: los fluidos íntimos son como los ríos que van a dar a la piscina, que es el morir.

Pero no hay que decir de esta agua no beberé. Argumentos a favor del sexo piscinero: es la síntesis perfecta entre lo municipal y lo individual, una actividad colectiva con derecho a roce. La piscina es una gran cama pública climatizada y el agua una sábana transparente que deja entrever, adivinar o deducir (infinitivos muy eróticos) que lo de la superficie no es nado sincronizado. Una razón final es la sensación de ingravidez y la confianza que da el agua como red amortiguadora, perfecta para trapecistas y aficionados a poses que en tierra firme serían sinónimo de fractura. Advertencia: no intentarlo en la bañera.

Gabriela Wiener es autora de Sexografías (Melusina, 2008).

miércoles, 13 de agosto de 2008

Sexografías este domingo en la Cadena Ser


Entrevista a las 11:30 am para la sección Ocio.

domingo, 10 de agosto de 2008

Notitita caliente en El País Semanal



Salir a la superficie



Altamente recomendable mi pasatiempo de la última semana en las playas de Sant Martí de Empuries, en la Costa Brava: avistar peces en topples y con un snorkel marca speedo robado. Sólo para principiantes. Tengo heridas que me hice contra las rocas y todo. Pero ya estoy de vuelta. He actualizado atropelladamente esta tarde. Mil excusas pero me ha caído demasiado sol.

Erótica de la lectura



El País

GABRIELA WIENER 08/08/2008


Existe una erótica de la lectura: todo -bueno, casi todo- entra por los ojos. Hay que abrirse como un libro, humedecerse un dedo, pasar lentamente las páginas, leer entre líneas, no saltarse el prólogo, no empezar por el final. Ya sabemos que un alto porcentaje de la población se va a la cama con un libro. O con más de uno. La pose habitual es la del misionero: el libro encima y tú debajo, recibiendo pasivamente sus acometidas, por eso a veces tienes que fingir un orgasmo o te duermes en plena faena. Sólo algunos libros te dejan encaramarte y montar sobre su lomo. Entonces te haces su amante. Una relación puramente sexual, sin descartar el sexo con amor, algún día. Eso sí, el tamaño no importa. En muchos casos, hasta es preferible que sea talla small y edición de bolsillo.

Ésta no es sólo una preciosa metáfora que usaré cuando escriba un cuento. Del objeto libro se puede decir que es, pragmáticamente, un consolador. Puedo dar fe que todavía existe gente que se masturba leyendo, que prefiere páginas llenas de letras que DVD llenos de gente follando.
Aunque hay personas que sólo se masturban con Sade o Miller, en realidad todavía no se ha podido probar que sean mejores los orgasmos provocados por la lectura del Lolita de Nabokov o Elogio de la madrastra de Vargas Llosa, que la incursión en la novela erótica del subcomandante Marcos. Cualquier opúsculo con un par de buenos polvos ya les vale a algunos poco remilgados. Aunque más excitante aún que leer la autobiografía sexual de una crítica de arte francesa con una vida muy sórdida o de una menor de edad nacida en Italia o China a la que le va la humillación o una periodista gonzo que se acuesta con sus personajes (mi caso), es escribirla. Y vender mucho.

Esto me recuerda que el año pasado alguien propuso crear una línea erótica literaria. En lugar de gemir y decir guarradas, pero siempre con una voz muy cachonda, la operadora leería a solicitud del cliente fragmentos de clásicos del erotismo. No entiendo cómo no fructificó esta iniciativa. Menos arriesgada pero siempre en la misma línea de promover los magullados índices de lectoría, una editorial ha lanzando este verano el libro acuático. Está diseñado para leerse bajo la máquina del aire acondicionado, en bañeras, playas y piscinas, y contener todo tipo de flujos, desde babas hasta lágrimas de cocodrilo. Su material impermeable lo hace perfecto para sesiones de sexo al aire libre y bajo riesgo de tormenta. El libro que te llevarías a una isla desierta, el libro-flotador. Y, sobre todo, un desafío para la crítica literaria que tendrá que buscar fórmulas alternativas a "la novela náufraga" o "el argumento hace aguas".

Gabriela Wiener es autora de Sexografías (Editorial Melusina).

Ludoteca de Estío

Columna Sexografías
El País
GABRIELA WIENER 05/08/2008
Hace unos días llegó a mi oficina un patito de goma. Otro regalo de alguna agencia de publicidad que quiere ser simpática, pensé, y se lo llevé enseguida a mi pequeña hija, que últimamente se pasa todo el día en la bañera. Cuando posé el patito sobre el agua me di cuenta de que no era un pato común y corriente. Quiero decir, que al contacto con el líquido elemento, el bicho amarillo se sumergió y empezó a temblar como un poseso. A mi niña le encantó, pero descubrí entonces que era un patito vibrador, pero no de juguetería sino de sex shop.

Para evitar confusiones, hay cosas que hay que saber respecto a la oferta lúdico-sexual de la temporada: los patos de pico tierno son estimuladores del clítoris y los peces rollo Nemo son variedades de dildo. No se lleva un lubricante anal efecto calor, sino efecto frío, y, salvo en los preservativos, no se lleva el látex soporífero en la piel, sino el desnudo puro y duro.
Y hay más en esta ludoteca de estío sólo para adultos. Otra vez los dichosos tuppersexs. Ya sabemos que las asesoras de tupper van a nuestra casa con toda su lujuria a cuestas a hacer demostraciones a grupos de chicas que no siempre terminan en orgías lésbicas. Pues para este verano han dado un paso más y van con sus perfumes de feromonas, pezoneras de caramelo y vibradores en forma de lengua hasta la paz de tu retiro vacacional. La Maleta Roja, por ejemplo, tiene distribuidas a 35 asesoras de Tupper en todas las zonas turísticas de España y dicen llegar hasta cámpings, hoteles y apartamentos particulares. La tienda erótica Amantis ha lanzado un concurso que premia la mejor fotografía de tu juguete sexual. Los llevas en la maleta y les haces fotos al lado de Machu Picchu o en el Vaticano. La novedad: no se lleva una muñeca hinchable sino un calamar. Cuesta creerlo, pero los moluscos son el último grito de la moda en entretenimiento erótico. No es casual que los japoneses dibujen colegialas acosadas por tentáculos de pulpos enormes y que haya un subgénero pornográfico con bestias marinas. Sí, los pulpos son carnívoros y les va el hard. También suelen expulsar un líquido cuando están contentos -aunque sea negro- y, a diferencia del ser humano, tienen la gran ventaja de ser sordos.
No hay que olvidar además que ocho brazos valen más que dos (aunque sean invertebrados). Y para aquellos a los que no les gustan los pulpos en vivo, hay vibradores, condones y toda clase de trastos cachondos inspirados en las texturas y apéndices pulposas. Yo estoy pensando llamar a las de La Maleta Roja para que me digan cómo hacer pulpo a la gallega.


Gabriela Wiener es autora de Sexografías (Melusina, 2008).

The Barcelona Review


Sexografías en TBR
Gabriela WienerMelusina, Barcelona, 2008

¿Tiene usted pelos en el coño?… Muéstremelos, por favor. El semental porno Nacho Vidal insiste. Hasta que la periodista accede. Eso cuenta Gabriela Wiener, en primera persona, en Sexografías (Melusina), su primer libro, donde avanza como reportera a vivir esas escenas de sexo que en forma de fantasías también habrán tocado nuestra puerta y no las quisimos atender: Comparte a su marido en un club de alterne y se deja azotar en público por una dómina en una sesión BDSM, pasa dos noches en casa de un polígamo y sus seis esposas y en una cárcel del Perú pide a los presos que se quiten las camisetas para leer las historias que cuentan sus tatuajes. Más que lectores, Wiener busca cómplices para llevarlos hasta al final de cinco artículos y doce de las mejores crónicas del periodismo narrativo latinoamericano actual -Wiener es peruana-. Narradas al mejor estilo de Gay Talese, padre del estilo que se llamó Nuevo Periodismo, la autora se arriesga; como en aquel encuentro con Nacho Vidal, quien al final de una larga entrevista eyacula en sus zapatos.
En el prólogo, Javier Calvo advierte que Sexografías es una recopilación de crónicas que se leen como memorias. Y es cierto: Por clasificar, cualquier librero podría catalogar la obra de Wiener como “literatura de confesión” –por siempre patrimonio femenino y por épocas bandera feminista-, igual que el libro súper ventas La vida sexual de Catherine M. (Anagrama), donde la responsable de la prestigiosa revista Art Press, Catherine Mollet, cuenta los detalles de su vida sexual. O el best seller Cien cepilladas antes de dormir (Emecé), que ofrece como espectáculo la intimidad adolescente de la italiana Melissa Panarello. Cuarenta años después de El diario de Anaïs Nin, la sexualidad femenina sigue siendo un lugar tan misterioso como las colinas de Marte, y por eso vende. Pero Wiener no es famosa, ni adolescente, ni un Bukowski hembra. Su empatía parte de la felicidad nerviosa que suele transmitir un secreto contado al oído o las escenas narradas en un continuo presente que caracterizan a sus crónicas de no ficción. Pero sobre todo, lo que atrapa de Wiener es su condición de mujer anónima, madre y esposa de 33 años, que bien podrías ser tú, tu hermana o tu pareja, que esta noche salió con amigos y demora en regresar.
“La crueldad es una virtud propiamente femenina”, dice Gabriela cuando adopta el papel de sumisa frente a los látigos de la dómina Lady Monique. Y la frase queda latiendo como una bomba de profundidad. Porque Sexografías dispara más preguntas que respuestas: no es un manual para iniciados. Como una etnógrafa, Wiener adopta el papel que la antropología define como observador participante: su cuerpo es el vehículo y la sexualidad el pretexto para ir al encuentro de conflictos de género. Así se atreve a donar óvulos en una clínica de fertilidad asistida para gestar un hijo que nunca verá y viaja a París a convivir con una pareja en la que él había sido mujer y ella varón, embarazada de su única hija intercambia fotos porno de ella misma por internet con otra mujer que también espera un niño, y en la selva del Perú expande su conciencia bajo los efectos alucinógenos de la Ayahuasca, una liana del amazonas que le sirve de aliada perfecta para preguntarse “¿Cómo alguien que no veía nada de pronto creyó verlo todo?”.
Los escenarios más frecuentes de Sexografías se reparten entre Lima y Barcelona, donde la autora vive hace más de cuatro años. Pero por encima de estos paisajes más urbanos que rurales, la obra periodística completa de Wiener siempre funciona como monográfico. Porque así como Hunter S. Thompson, artífice del periodismo Gonzo, del reportero que trabaja a riesgo de perder el cuerpo o la cabeza, necesitaba el LSD, entre otras sustancias, para explicar las anomalías del Sueño Americano, Gabriela Wiener sube a la montaña rusa del sexo para entender los vaivenes del mundo cada vez más tensados por las relaciones entre géneros. El resultado son textos que combinan en proporciones parejas la potencia narrativa y el rigor que exige el periodismo. La mayoría fueron publicados por primera vez en Etiqueta Negra, la revista peruana que es referente de periodismo narrativo en América Latina y que tiene como musa el manual de estilo del New Yorker y la actitud de autores como Ryszard Kapuscinski, Gay Talese o Jon Lee Anderson. Sin embargo, a la hora de declarar principios morales, Wiener rescata en Sexografías la figura de una reportera de ficción: Lois Lane, la periodista del Daily Planet que afrontaba cualquier peligro con tal de conseguir una buena historia, y que Gabriela admira “no porque se acostara con un superhombre”, sino por lograr una exclusiva tras atreverse a experimentar vuelos nocturnos montada sobre la capa de Superman.
Leonardo Faccio

ABC, vaya


Jorge Carrión ha ganado un tour por el fascinante mundo del swinging.